DE LA HISTORIA PATRIA (O DE LA MITIFICACIÓN DEL PASADO) Parte III
Columnista: Mtro. Luis Ángel Argüelles Espinosa

II )-La Revolución
En la isla fechas como el 26 de Julio (inicio de la Revolución con el asalto al Cuartel Moncada en 1953) o el 1 de enero (consumación o triunfo de la Revolución Cubana en 1959) se festejan a nivel nacional y son días de asueto o de descanso. Generalmente se realizan concentraciones masivas en la Plaza de la Revolución y en ocasiones desfiles militares. No faltan los discursos de los dirigentes cubanos. Aquí en México, si bien se conmemora tanto el inicio de la Revolución Mexicana (20 de noviembre de 1910) como la Constitución emanada de ella (5 de febrero de 1917), la fecha patriótica principal es el 16 de septiembre.
|Luego, mientras la historia oficial cubana aprecia más la revolución social contra la dictadura batistiana que la independencia de España, en México sucede lo contrario. Y es que, a mi modo de ver, los dirigentes cubanos consideran que la revolución de 1959 es una continuación del movimiento independentista cubano del siglo XIX. Como la familia revolucionaria sigue activa (a pesar del fallecimiento de Fidel y del “retiro” de su hermano Raúl) privilegian su época revolucionaria y no la de sus antecesores Según esta lógica familiar, resulta mejor celebrar la victoria final que los antecedentes. Todo un tema de reflexión.
En cuanto a las dos revoluciones, siempre me ha llamado la atención una mirada desde la izquierda (de inspiración supuestamente marxista) que critica fuertemente a la Revolución Mexicana y elogia a la Revolución Cubana. De acuerdo a esta crítica se cuestiona a la Revolución Mexicana por ser burguesa, pues considera que para ser una auténtica revolución debe ser proletaria. Para el que escribe, estos conceptos de burgués y proletario, izquierda y derecha, liberales y conservadores, ya han sido superados, pues no representan fielmente la realidad aludida. De entrada, pienso que satanizar a una revolución por ser supuestamente burguesa y endiosar a una revolución por ser supuestamente proletaria empobrece o distorsiona el análisis. La realidad ha evidenciado que tanto una como otra no pudieron satisfacer las expectativas de la mayor parte de sus habitantes y muchos de sus hijos tuvieron que irse al extranjero para sobrevivir y ayudar a los familiares que se quedaron.
Otra interesante diferencia entre la Revolución mexicana y la Revolución cubana se refiere a las ejecuciones de sus líderes. Se ha dicho con razón que la mexicana se caracterizó por un tipo de “canibalismo revolucionario”. Es decir, la lucha de las fracciones terminó por asesinar a sus principales líderes: Madero, Zapata, Carranza, Villa y Obregón. Y ni hablar de los líderes regionales. Cada uno de estos grupos tenían sus demandas particulares. En el caso cubano no sucedió así. Cuatro factores, al menos, explican esta situación: la brevedad de la acción guerrillera (apenas dos años, de diciembre de 1956 a diciembre de 1958), la centralización del poder político y militar en un solo hombre carismático (Fidel Castro), la colaboración entre la guerrilla y las ciudades (La Sierra y el Llano donde estaba la población urbana y que mandaba armamentos y provisiones a los insurrectos) y finalmente el hecho de que sólo existía un programa de lucha lo suficientemente amplio que recogía las aspiraciones básicas de los distintos sectores opuestos a la tiranía batistiana. La mayoría de los revolucionarios cubanos estaban de acuerdo que en lo inmediato lo más importante era la caída del dictador y que ya después, mediante elecciones libres, se elegiría un gobierno popular que llevara a cabo las transformaciones deseadas. Como suele suceder en estos casos, los problemas políticos reales empezaron después del triunfo de la Revolución pues muchos no estuvieron de acuerdo con la orientación socialista del proyecto cubano y pasaron a la oposición violenta dentro de la isla o decidieron exiliarse.
III)- Líderes
Existen diferencias significativas entre los líderes insurgentes de ambos países. Mientras que en México, los dos líderes principales de la independencia eran frailes (Hidalgo y Morelos), en Cuba los dos principales eran civiles (Carlos Manuel de Céspedes, iniciador de la primera guerra de independencia y José Martí, organizador de la última guerra anticolonialista). Esta diferencia se explica por la fuerte religiosidad católica del pueblo mexicano que, al llamado de sus sacerdotes, acude una buena parte de sus fieles a secundarle. Ciertamente, a un gobierno despótico se le puede combatir tanto con fuentes y tradiciones religiosas como civiles. San Agustín y Santo Tomás Aquino (por sólo mencionar a dos grandes teóricos de la iglesia católica) son tan importantes como Locke o Rousseau. En los textos de los cuatro pensadores antes mencionados se pueden encontrar razones que avalen el derecho a la insurrección cuando se han agotado las otras vías.
En cuanto a los líderes revolucionarios del siglo XX, también existen importantes diferencias. Madero era un dirigente de nobles intenciones, pero con actitudes equivocadas. Su nobleza llegaba a tal grado que alertó a los enemigos con suficiente tiempo (algo que es verdaderamente inaudito) en el día y la hora que comenzaría la revolución mexicana (20 de noviembre a las seis de la tarde). Creía que todo se resolvería con un cambio político de régimen y que si existía un gobierno democrático, por añadidura, todo funcionaría bien. Pensaba que si él era noble y generoso todos los demás funcionarios debían serlo. No disolvió el ejército, ni los otros poderes básicos (legislativo y judicial). Conclusión: tanto él como su vicepresidente fueron asesinados y el magnicidio contribuyó a echarle más leña al fuego y que la llama de la revolución se extendiera por todo el país.
Por su parte, Fidel Castro organizó cuidadosamente el asalto al Cuartel Moncada (el 26 de julio de 1953) y la mayor parte de los complotados no tenían conocimiento de lo que se iba a realizar para que así no se alertara a las fuerzas de la tiranía batistiana. Incluso, la casi totalidad de los asaltantes a ese cuartel eran de La Habana que se trasladaron a Santiago de Cuba (al otro extremo del país) y escogieron un día festivo (el día de la Santa Ana, la madre de María o abuela de Jesús) para que los insurgentes no levantaron sospechas. Alcanzado el triunfo revolucionario el 1 de enero de 1959, con celeridad los dirigentes cubanos llevaron a cabo el desmantelamiento del estado cubano: licenciamiento del ejército batistiano, disolución del congreso y del poder judicial. Las revoluciones son, por naturaleza, fuente de poder: destruyen el antiguo régimen y crean uno nuevo que responda a sus intereses.
Estimo que si Madero no hizo todo lo que debía de hacer (la democracia no sólo es política, sino también económica y social) y en el pecado llevó la penitencia, Fidel hizo mucho más de lo que debía de hacer. Si bien era necesario licenciar al ejército batistiano (existen versiones de que algunos dirigentes cubanos de línea dura optaban por el fusilamiento total y no solo selectivo como sucedió) al no convocar a elecciones para una asamblea constituyente así como tampoco proponer un esquema razonable para hacer elecciones presidenciales (era una demanda de su proyecto revolucionario) la isla se quedó sin los poderes legislativo y judicial que fueron abolidos tempranamente. Desde los primeros momentos, no hubo contrapesos al ejecutivo y la democracia representativa fue sustituida por la democracia directa donde los problemas se resolvían en la plaza pública de un modo muy especial: el ejecutivo comunicaba y los seguidores aplaudían. No había interlocutores. Era una versión caricaturesca de la democracia ateniense de hace más de 2,500 años, pero que, así todo, deslumbró a buena parte de la izquierda mundial del siglo XX. Luego, haciendo cuenta, tenemos que hasta este 2022 (año en que se escribe el presente texto) Cuba ha tenido 18 años de democracia directa (1959-1976) y 46 años de democracia popular (por los llamados poderes populares), lo que sumado ambos periodos democráticos asciende a 64 años sin tener alternativas políticas reales de elección.
Sería injusto decir que ambas revoluciones (la mexicana y la cubana) no hayan tomado medidas en favor de amplios sectores de la población. Es evidente que no ha sido así. Pero llega un momento en que los cambios se detienen o, mejor, no responden a las expectativas crecientes de la población . Si la Revolución Mexicana cayó en el transcurso de los años en un neo porfirismo, la Revolución Cubana cayó al poco tiempo en un neo estalinismo y las constituciones cubanas del periodo revolucionario hacen sentir profunda nostalgia por las constituciones liberales vigentes en la Cuba colonial del siglo diecinueve, las cuales sí permitían que los cubanos expresaran sus opiniones políticas (por el anexionismo, reformismo o independentismo) siempre y cuando no se incitara expresamente a una insurrección. ¡Qué tiempos aquellos!
III) Héroes y villanos
La historia oficial (tanto mexicana como cubana) tiene sus héroes y villanos. Mientras que a los héroes se les santifica a los supuestos villanos simplemente se les ignora. El silencio constituye un tipo de paredón. Lo que no se conoce, no existe. La historia oficial mexicana tiene su santoral patriótico (de primera línea) que va desde Hidalgo, Morelos, Allende, Aldama, Guerrero, Victoria, Rayón, Galeana, Quintana Roo, Zaragoza, Leona Vjcario, Josefa Ortiz, Juárez, Madero, Villa, Zapata, Carranza hasta Lázaro Cárdenas. Estos son los héroes nacionales, poco (o casi nada) se habla de los numerosos héroes regionales, por lo que puede decirse que existe más bien un tipo de centralismo patriótico.
Esta historia silencia a figuras como Iturbide, Porfirio Díaz y Álvaro Obregón, entre otros, que también contribuyeron a la historia patria. Al parecer, no se le perdona a Agustín de Iturbide que se haya proclamado emperador de México, pues precisamente se había luchado por ideales republicanos. Pero esta visión olvida que un importante sector de la sociedad mexicana de por entonces demandaba una figura fuerte que mantuviera el orden contra el caos y la anarquía que había vivido la Nueva España a partir de 1810. Por otra parte, distintos autores señalan que la figura de Napoleón Bonaparte (emperador de la Francia revolucionaria) ejercía un fuerte atractivo para los líderes independentistas e Iturbide no era la excepción. Si de títulos realísticos se trata, muchos años después de la independencia mexicana, en 18 68, el propio Hidalgo cubano (Carlos Manuel de Céspedes ) no dudó de utilizar el mismo cargo que poseía la máxima autoridad española en la Isla, el título de Capitán General. Con ello, intentaba ofrecer seguridad a los terratenientes cubanos para que se incorporaran a la gesta independentista. Además, en su caso, Céspedes quería conservar la unión del mando civil y militar pues pensaba que así era mejor para alcanzar la victoria, pero, una vez constituida la Cámara de la República en Armas, le limitó sus poderes y terminó por destituirlo de su cargo de Presidente.
En cuanto a Porfirio Díaz, se valoran más sus sombras que sus luces. No puede negarse que se aferró al poder y que, como el propio Benito Juárez, creía que él era el único defensor digno de la patria y que no dudó en arremeter duramente contra protestas indígenas o sociales pues no quería que el país se le descompusiera, pero no puede negarse que le dio paz y estabilidad económica a una nación donde reinaba la anarquía y que, bajo su administración, México llegó a ser una especie de “hermano mayor” para otras naciones latinoamericanas. El propio cubano José Martí (quien lo criticó fuertemente por su levantamiento armado de fines de 1876 y salió de México por su llegada violenta al poder), ya a mediados de los años noventa del siglo XIX modificó su visión sobre don Porfirio y le llamó “unificador en América” y “hombre grande” , por lo cual no dudó en entrevistarse con él en su última visita a México (en julio de 1894) para pedirle apoyo económico al movimiento independentista cubano que el propio Martí lideraba.
Hacia 1910 sucedió lo que debía suceder: la propia intelectualidad que se había formado en el porfiriato y los sectores económicos emergentes querían un espacio político y a ellos se le unieron los sectores sociales más empobrecidos que abogaban por mejores condiciones de vida. Como el cambio real no vino desde arriba, se impulsó desde abajo. Cuando Porfirio Díaz se percató de que en esta ocasión no podía ganar la guerra (las revueltas estallaron por todas partes y era imposible enfrentarlas para un ejército que no estaba preparado para ello) decidió renunciar para evitar el derramamiento de sangre.
En cuanto a Álvaro Obregón, existe consenso en reconocer su capacidad militar que lo llevó a no perder una batalla durante la revolución mexicana. También se le reconoce su obra de gobierno donde se destaca la pacificación del país, el inicio del reparto de tierras y su impresionante labor educativa así como su labor de echar los cimientos del estado corporativo mexicana al establecer acuerdos con el movimiento obrero y campesino. Por todo ello, sorprende que, con ´posterioridad, en los actos oficiales del gobierno no se le mencione debidamente ni que sus restos no hayan sido trasladados al Monumento a la Revolución donde descansan otros líderes revolucionarios. Varios autores han planteado, al parecer con razón, que lo que la historia oficial no le perdona a Álvaro Obregón es el hecho de que se presuma ser el autor intelectual del asesinato de dos grandes líderes de la revolución (Venustiano Carranza y Francisco Villa). Luego, un asesino no puede ser venerado. Al respecto, pueden hacerse tres observaciones: primera, ante todo, debe estar debidamente comprobado que él fue el “autor intelectual” de estas dos ejecuciones. Sabido es que, en situaciones de esta naturaleza, no faltan súbditos que por obtener un ascenso militar y el reconocimiento de sus jefes cometan actos de este tipo; segunda, suponiendo que Obregón fuera el “autor intelectual” algo que podría explicar su actitud (no que la justifique) es que haya pensado que es preferible un “mal menor” (muerte de dos personas) a un “mal mayor” (levantamientos armados en el país por la presencia o probable intervención de estas dos figuras) y tercera observación es que, más allá de si Obregón fue o no responsable de estas ejecuciones, no se puede negar su contribución tanto en la etapa armada de la revolución como en su etapa reconstructiva.
En el caso cubano, la historia oficial revolucionaria no reconoce debidamente el papel de las figuras cubanas del siglo XIX que, desde otras posiciones opuestas al independentismo, también lucharon por el engrandecimiento de la isla. Me refiero concretamente a personajes de la talla de Francisco Arango y Parreño, José Antonio Saco, Narciso López, Rafael Montoro, entre otros muchos. También en el siglo XX hay personajes que lucharon pacíficamente por un cambio en Cuba, pues desestimaron la vía violenta. Me viene a la mente la figura de Eduardo Chibás, ex senador y fundador del Partido Ortodoxo, caracterizado por su fuerte denuncia de la corrupción existente en el gobierno de turno que estaba apoyado por el Partido Auténtico y que se suicidó el 16 de agosto de 1951. Una vez más, la corrupción facilita un golpe de estado (el 10 de marzo de 1952 por Fulgencio Batista), el golpe facilita una cruel dictadura y ésta facilita la revolución armada liderada por Fidel. Parafraseando la célebre expresión popular francesa de “Cherchez la femme” (que significa que debe buscarse a la mujer que está oculta para poder explicar o resolver el enigmático conflicto), en las revoluciones y movimientos sociales habría que decir “cherchez la corruption”, pues la lucha contra la corrupción del antiguo régimen es, generalmente, la promotora de los actos violentos.
Para concluir, pues ya se está haciendo largo este primer capítulo, considero que las historias oficiales (no sólo de Cuba y México, sino de todos los países) deben abrirse y dar su lugar a las figuras que han sido estigmatizadas como “conservadores”, pues también ellos tenían su proyecto de país y no eran seres malévolos por naturaleza que se levantaban todos los días por la mañana y al mirarse al espejo se preguntaban qué otra infamia podían hacer para hundir más al país. Esto sólo sucede en las películas de Disney. Hay que desmarcarse de las intolerancias, pues es ley que la intolerancia política del presente se proyecte al pasado. La psicología reconoce que hay dos creencias irracionales que son generadoras de conflictos personales y colectivos. La primera es pensar que las personas se dividen en buenas y malas. La segunda, es pensar que siempre los buenos somos nosotros o los que piensan y actúan como uno lo hubiera hecho. Falso de toda falsedad.
Capítulo del libro Nacer en Cuba. Vivir en México. Diferencias entre el país de origen y el país de adopción.